Los galgos se crían en diferentes zonas de España por los llamados galgueros, y lo hacen indiscriminadamente.

Seleccionan los que en apariencia pueden ser los más veloces, para después probarlos en el campo. Los que no superan este examen están condenados. Los más afortunados serán abandonados a muchos quilómetros de la finca donde nacieron, los otros serán sacrificados de las formas más crueles que se puedan imaginar: serán quemados vivos, lanzados a pozos o colgados de una rama abandonada en un bosque. Bosques de la muerte, que son testigos directos de la masacre, repletos de colgaderos, que son las cuerdas, a menudo varias en cada árbol, que servirán una y otra vez para el sacrificio agónico de miles de galgos que han venido al mundo a servir y a sufrir.

Los asesinos afirman que es una muerte digna, "por tradición", y que no les pegan un tiro porque "un galgo no vale una bala".

Los que hayan pasado el examen malvivirán pasando calamidades, a menudo encerrados en chabolas sin luz ni ventilación, criando indiscriminadamente, cazando para su dueño y peleándose por un pedazo de pan duro. Con un poco de suerte toca un trozo de pan duro para unos 15 galgos. Ya lo dice el maldito dicho "Si a un galgo sólo pan duro, si la liebre salta 20, el galgo 21".

Y así hasta que dejan de servir u obtienen cachorros mejores. Entonces los primeros terminarán sus infelices días allá donde otros ya encontraron una terrible, dolorosa y lenta muerte. Sin conocer ni una caricia, ni un día de dicha.

El galgo es un perro majestuoso, veloz como el viento y ligero como una pluma. Una raza venerada en la antigüedad, hasta el punto de haber estado prohibida, durante una época, su tenencia por parte de campesinos y gente pobre, pudiendo ser poseídos solamente por la nobleza y aristocracia.

Hoy en día sus virtudes son también su perdición. Se ha convertido en un perro de utilidad, sea para las carreras o para la caza, y todo aquello que por desgracia toca el hombre y lo hace por su rentabilidad, se convierte en una herramienta. Y cuando se rompe o se gasta, simplemente se tira.

Nosotros hemos tenido la suerte de comprobar el maravilloso perro de compañía que es el galgo; extremadamente inteligente y sensible, limpio y discreto, dulce, paciente y cuidadoso con los niños y la gente mayor.

En nuestro país las cifras de abandono son vergonzosamente escandalosas, pero cuando hablamos además de tortura, ensañamiento y miles de asesinatos cada año, no podemos quedarnos de brazos cruzados.

Es por este motivo que nos volcamos especialmente en esta raza, tan abandonada y menospreciada por sus dueños y potenciales asesinos.

Descubrir al galgo como animal de compañía es una experiencia única, y el hecho de que muchos de ellos hayan sido maltratados y aterrorizados por el hombre, hace que aumente la estima y devoción que sienten por sus familias adoptivas, y que sólo aquel que tenga la suerte de poder compartir sus rutinas diarias con un galgo podrá comprender.